Es evidente que cada vez son mejores los vinos españoles, y como no de todo el mundo, no diríamos ninguna exageración si afirmamos que actualmente disfrutamos de los mejores vinos de la historia y cada vez mejor logrados. Esto no quita que podamos parametrizar la calidad de los vinos y por sus cualidades organolépticas clasificarlos por su calidad. Con esta afirmación realizar la elección correcta de un vino puede provocar más de un quebradero de cabeza si uno es novel. Independientemente de que un juicio es relativo y subjetivo y que por tanto un mismo vino puede gustar más o menos a una persona, podemos decir que existen unos parámetros de exigencias que, por su precio, tipo y procedencia, nos deben indicar su calidad. El aspecto, los aromas y sabores, en definitiva, los elementos que constituyen el ritual de la cata, son la base para que podamos hacer la elección más adecuada. No obstante, podemos considerar otros aspectos, que a modo de indicativo nos mostrarán el camino a seguir:
- Lo primero que se debe tener en cuenta es la reputación de la bodega y no su fama. Ya se sabe que no es oro todo lo que reluce.
- La zona de producción es importante, pero lo, es más, la seriedad y profesionalidad del bodeguero.
- El tipo de botella, su etiqueta, los buenos materiales empleados en su diseño, la presentación, es indicador de la calidad de un vino, aunque a veces nos podemos llevar muchas sorpresas.
- El corcho, su calidad, longitud, flexibilidad y porosidad, hay que valorarlo.
- Los matices de color, su intensidad y su transparencia, así como su fluidez son importante.
- En cuanto al aroma, quizás lo más importante en el proceso de cata, hay que fijarse en que no se produzcan olores extraños, sino que éstos sean ligeros. Los aromas con mayor cantidad de sensaciones agradables se valoran positivamente, siempre y cuando se correspondan con el tipo de vino o con la comarca de producción.
- El gusto, la presencia, potencia y el equilibrio de los cuatros sabores clásicos – dulce, salado, ácido y amargo – son concluyentes a la hora de darle una buena calificación a un vino. Por lo contrario, aquellos que siendo secos tienen un destacado contenido dulce, reciben una baja puntuación.
- Lo que más se valora es la persistencia, calidad, cantidad, nitidez de sensaciones que permanezcan en la boca después de ingerir el vino. No sólo los sabores que perduran son un buen exponente, los aromas corren idéntica suerte en este sentido.
En conclusión; los vinos suaves aterciopelados y redondos siempre serán bien calificados, los ásperos, astringentes, ardientes saldrán mal parados.